Mirarse requiere valentía y coraje para ver aquellas cosas que no nos gustan o no aceptamos de nosotros.
Volcar la atención hacia cómo lo están haciendo mis amigos, mi familia, mi pareja, mis hijos…en fin, todos quienes me rodean menos hacia mí, me “libera” de hacerme cargo de mí mismo/a. Me “ocupo” en juzgar, arreglar, salvar o pavimentar la vida de los otros porque de esa manera mi mirada se dirige hacia afuera y no hacia mi interior, pues temo a lo que me pueda encontrar.
Las personas invasivas, que viven en función de criticar, analizar o sobreproteger al otro, se pueden volver sumamente molestas para aquellos que buscan “salvar”, pues les quita su libertad de actuar como adultos, de decidir y asumir las consecuencias que ello implica.
En el corto plazo, mirar al otro es más fácil que mirarse a sí mismo/a pero en el largo plazo, el costo es alto. Implica no haber crecido, no haber desarrollado el propio potencial; lleva a la mediocridad y en muchos casos conlleva también herir a los otros al tratar de imponerles “por su bien” nuestra visión de las cosas, cuestionando decisiones y caminos de vida ajenos.
Bajo la chapa de bondad, de entrega, se mira a todo el resto, menos a sí mismos/as. ¿Cuál es la calidad de mis relaciones sin que exista autocrítica, sin casi saber quién soy pues me identifico a partir de lo que pienso sobre la vida de los demás?
Se comprende el miedo, el vértigo de indagarse; de tomar consciencia de nuestra impertinencia y de cambiar. Por supuesto que es posible seguir juzgando y entrometiendose en la vida del resto, pero ese lugar es aburrido, solitario y vacío. Nadie quiere personas invasivas en su vida.
¿Qué tanto me entrometo en la vida de los demás sin haber sido consultado?
¿Escucho al otro con un legítimo interés o con la idea de criticar y juzgarle?
¿Qué experiencias puedo recordar en que fui invasivo/a con alguien?
¿Qué experiencias puedo recordar en que alguien fue invasivo/a conmigo?