Una pérdida, una enfermedad, el fracaso de una relación de pareja, haber sido sujeto de violencia. Todos, o casi todos, llevamos al menos una herida por dentro y que prácticamente ha llegado a ser un rasgo de nuestra identidad.
“Mis conflictos actuales tiene que ver con…” o “esto me pasa porque…”. Cada quien llenará aquel espacio con el nombre de ese daño, de ese “algo” que pasó y que sin importar el tiempo, aún está presente o todavía lo mantenemos vivo en forma de tristeza, angustia, conductas autodestructivas, adicciones, rencores y una lista insondable vestida de dolor.
Frente a este escenario, la pregunta es: ¿Quién soy yo sin mi herida? ¿De qué me aferro sin ella? ¿De qué manera explico las cosas que “me pasan”?
Caer en la tentación de volcar la responsabilidad de nuestras acciones y sus consecuencias a esta herida puede ser un proceso inconsciente; un hábito que de tan arraigado no hay siquiera espacio para cuestionarlo.
¡Es MI herida!
Sin embargo, esta dinámica entraña un profundo peligro para nuestro crecimiento personal así como para la posibilidad de identificar nuestro potencial y fuerza interior. Al “externalizar” la responsabilidad de quiénes somos y de cómo hemos diseñado nuestra vida, hace que le demos el poder a esa persona o circunstancia que se relaciona con esa herida y, sin darnos cuenta, actuamos movidos por aquello que rechazamos o que aún nos produce dolor.
Decidimos desde la idea que algo o alguien es más fuerte que nosotros y que no podemos hacer nada al respecto. Sin embargo, tomar conciencia que ese poder se lo atribuimos nosotros y, así como lo hacemos, también se lo podemos quitar, es el inicio de un trabajo personal que nos llevará a disfrutar de un mayor nivel de libertad y bienestar personal.
¿De qué manera te aferras a tu/s herida/s? ¿Estás listo/a para soltarla/s?