El confinamiento nos ha acorralado y nos ha confrontado a mirarnos a nosotros mismos. Sin embargo, siempre existen rendijas por las cuales volver a escapar de nuestros demonios, al menos desde el plano superficial porque en el fondo, conocemos nuestras heridas.
Como cuando guardamos la ropa fuera de temporada…al fondo del clóset o en una bodega, con la idea de no verla y que no ocupe lugar durante largo tiempo, muchas personas intentan esconder o eludir aquellos temas personales que temen enfrentar.
Las razones son legítimas: verse cara a cara con nuestros dolores, miedos, heridas y frustraciones puede sonar aterrador.
Por eso, muchos suelen mantenerse bien “ocupados”, mientras dirigen su atención hacia asuntos que están fuera de sí mismos: los hijos, la carrera, echarle la culpa a otros de las propias desgracias, la fiesta, las adicciones, la comida, las relaciones tóxicas, pelear contra el paso del tiempo y una larga lista que cada uno puede ir completando de acuerdo a su realidad.
Si algo ha hecho esta pandemia en nuestra vida personal, es acorralarnos sin muchas opciones para seguir evadiendo aquellos asuntos que no nos permiten crecer ni avanzar. Nos ha aislado para mostrarnos nuestra realidad sin adornos. Ha puesto a prueba nuestras relaciones, nuestra resiliencia y ha calibrado nuestro mundo interior en términos de cuán rico o vacío estaba.
Diferentes acontecimientos de la vida nos pueden dejar sin más alternativa que mirarnos hacia dentro, pero lo singular de lo que hoy sucede con la pandemia, es que en esta oportunidad nos tocó a todos al mismo tiempo.
Siempre existen rendijas por las cuales volver a escapar de nuestros demonios, al menos desde el plano superficial porque en el fondo, conocemos nuestras heridas.
Lo lamentable es que mientras no las curemos, ellas seguirán presente de distintas y dolorosas formas, nos seguiremos dañando a nosotros mismos y a quienes más queremos.
Tú decides